La pregunta deberíamos hacérnosla todos, porque al final todos somos turistas.
¿Gastamos la misma cantidad de agua cuando estamos de vacaciones que en nuestra casa? ¿Es sostenible ese consumo en la situación de estrés hídrico en el que en general se encuentran los destinos de sol y playa de medio mundo?
“No gastamos lo mismo. Gastamos mucho más. Concretamente, el cálculo más ponderado con el que trabajan los expertos dice que un turista en una zona de resorts playeros gasta 300 litros de agua al día”, asegura Gonzálo Delacámara, director del Centro de Agua y Adaptación al Clima de la Universidad del Instituto de Empresa y asesor internacional para la Comisión Europea, Naciones Unidas, OCDE y Banco Mundial. “Una cantidad tres veces superior a la media, por ejemplo, que los ciudadanos de Madrid o Barcelona, que son ciudades bastante eficientes en el uso del agua. Pero mucho menos que la que gastan en países como Qatar, Dubái u Omán, que se dispara a 500 litros por persona y día. Una cantidad similar a la que consumen por ejemplo familias adineradas del barrio de San Isidro, en Lima, frente a los 50 o 60 litros que usan los habitantes de las barriadas pobres del extrarradio de la capital peruana”.
Obviamente, ningún turista se ducha tanto ni tira tanto de la cisterna como para fundir esos 300 litros. En el cálculo se computa el agua de las piscinas, del riego de jardines, de las lavanderías de los hoteles, de las cocinas, etcétera. Y se hace una media. Pero la cifra da una idea de que en el impacto del turismo en el calentamiento global y en la depredación de recursos naturales hay que poner en lugar muy destacado el elemento agua. “De todos los recursos naturales, el agua es el más estratégico, porque está interrelacionado con todos los demás. Cuando te duchas, no solo estás consumiendo agua, también la electricidad que se emplea para subirla hasta el décimo piso. Cuando comes, no solo consumes alimentos, también agua necesaria para procesarlos. El agua es el recurso clave y decir que en el futuro habrá guerras por el agua es absurdo. ¡Ya hay guerras por el agua! La de Israel y Palestina es solo un ejemplo”, contaba Delacámara el pasado martes en Lanzarote, durante la segunda edición de Conversa, un foro sobre turismo y cambio climático, organizado en este caso por la Cadena Ser de Lanzarote y el Cabildo de la isla en el que participaron una decena de expertos.
La certeza que presidía todas las ponencias y mesas de debate era que el cambio climático no era una previsión de futuro. Ya está aquí. Y que el calentamiento de la Tierra será global, pero no simétrico. Va a afectar diferente en diferentes partes del mundo.
“Necesitamos mejorar la comunicación, nuevas metáforas para que la gente entienda lo que está pasando, lo que es ya un clamor científico: tenemos una atmósfera que atrapa mucho más calor y que ese calor lo que va a producir es un clima exacerbado, un clima que se extrema”, apuntaba Matías González, investigador del Instituto Universitario de Turismo Sostenible (TIDES) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. “Vivimos en el Holoceno y durante miles de años hemos estado acostumbrados a un clima previsible, con estaciones cíclicas y rutinarias en las que sabíamos cuando había que plantar, porque las lluvias llegarían después. Pero, ¿qué pasa si las lluvias llegan antes o mucho después de que plantemos y no podamos cultivar? Aplicado al turismo: sabemos que en el Holoceno en el hemisferio norte nieva en enero y febrero y las estaciones de esquí hacen sus previsiones y contratan personal con esa predictibilidad. Pero ya estamos viendo que cada vez nieva menos en invierno y luego caen nevadas tremendas en abril o mayo, cuando las estaciones de esquí ya están a punto de cerrar, el contrato de su personal a punto de extinguirse y los clientes pensando ya en las vacaciones de verano. Tenemos ya la misma concentración de gases en la atmósfera que hace tres millones de años. Si en un momento dado el clima se acompasa a esas concentraciones, adiós, bye bye al Holoceno. Y adiós, bye bye a todo lo que hemos conocido como un clima predecible con el que podemos organizar la vida”.
“Es difícil que el turista en sí consuma menos agua”, apostilla Delacámara, “pero los hoteles pueden llevar a cabo acciones que lo mitiguen: lavadoras más eficientes, toallas que no se laven siempre o uso de agua reciclada para el riego”.